Quién es quién

Os voy a hablar de un juego que seguramente casi todos conozcáis ya y al que hayáis jugado: el ¿Quién es Quién?

Las normas de este juego son bastante sencillas, cada jugador tiene una carta con un personaje y tienen que adivinar mediante preguntas de sí o no quién es el personaje de su compañero.

Quién es quién es un juego bastante divertido y entretenido, para cualquier edad, aunque yo lo veo más adecuado para los niños, para los adultos quizá sea un poco simple, pero también es entretenido y para pasar un rato puede estar bien.

En el interior de la caja podemos encontrar:

Dos piezas de plástico con 24 marquitos, cada uno y las correspondientes cartas con las caras de los personajes misteriosos.

Has de poner las cartas en los marcos, mezclar las que no quedan, y cada uno de los jugadores escoger una, que ese será el personaje a adivinar por el contrincante.

Partiendo de la base de que las preguntas son del tipo de:

  • ¿Tiene Gafas?
  • ¿Es chico?
  • ¿Es rubia?

Evidentemente el primero que averigua el personaje del contrario gana. Como tan solo hay 24 personajes, a la que has jugado varias veces te los conoces a todos de memoria, por lo que casi a la primera pregunta ya sabes de quien se trata.

Consejos para jugar a ¿Quién es quién? con niños muy pequeños

La forma «oficial» de jugar al ¿Quién es quién? establece que hay dos jugadores y cada uno debe intentar adivinar, a través de preguntas sobre el aspecto físico del personaje, cuál es el que ha elegido el contrario.

Mi experiencia, tras varios años enseñando a jugar a esto a niños pequeños, es que el juego tiene una gran complicación para los niños que los mayores no comprendemos en principio, por eso la mejor forma de enseñar a jugar (y creo que la única efectiva, porque impide la frustración de perderse en el juego) es que el adulto elija el personaje y vaya ayudando al niño a tapar a los que no sorresponden con la descripción. Sin dos tableros, sólo con uno.

Lo primero que siempre me ha sorprendido es la dificultad de los niños para comprender algo tan sencillo como la exclusión. El niño pregunta ¿es rubio? y la respuesta es sí o no. Está claro que el niño entiende la respuesta, pero le cuesta llevar a cabo la maniobra siguiente, que es eliminar a los que no corresponden a lo que el adulto a respondido.

No se trata de una dificultad que haya encontrado una vez, sino que se bloquean una y otra vez. Tú les dices que el personaje es rubio y ellos no saben si tumbar a los rubios o a todos los demás. Seguro que hay una explicación lógica para ese bloqueo, que me interesa mucho porque supone un gran paso adelante en la lógica deductiva.

El juego encanta a los niños a pesar de esa dificultad, porque si tienes paciencia y les vas guiando, al final tienen una gran sensación de triunfo cuando ven que la tarjetita que tienes en la mano coincide con la suya.

He enseñado a jugar al Quién es quién a niños desde 3 años, y aunque el juego está indicado para niños más mayores, al simplificarlo yo, los niños disfrutan igual. Sin embargo, me quedo estupefacta al ver que a pesar de que los niños se van haciendo mayores, vuelven a hacerse una empanada cada vez que retoman el juego tras pasar un tiempo sin practicar.

Sólo un niño he conocido que lo pille rapidito, e incluso ha sido capaz de jugar con los dos tableros, como marcan las normas, a los 3 años y medio. De todas formas, requiere tanta concentración para él pensar en lo que él tiene y disociarlo de lo que tiene el otro, que al final siempre volvemos a lo de siempre, sólo que nos turnamos y unas veces adivino yo y otras él.

De toda la vida yo tenía el antiguo, donde todos los muñequines eran blancos, así que las diferencias eran de género, color de pelo, barba… y ese diseño estaba muy bien porque permitía al adulto enseñarle muchas diferencias al niño que van más allá de lo evidente.

Al principio el niño te pregunta por lo que más llama la atención ¿es calvito? ¿lleva gorro?, pero cuando ya ha logrado un buen manejo del proceso deductivo, llega el momento de introducir nuevas preguntas cuando seamos nosotros los que adivinemos. Por ejemplo: ¿tiene la boca grande? ¿tiene los ojos azules? ¿tiene colorines en la cara? ¿tiene ricitos? ¿tiene el pelo liso? ¿lleva pendientes? ¿está contento? Por cierto, he notado que a los niños les cuesta mucho distinguir dos conceptos: la barba y el bigote, que a ellos se les hace un max-mix y se lían.

Si metes esas nuevas preguntas cuando te toca adivinar a tí, verás cómo ellos te copian y empiezan a enriquecer el juego con nuevas preguntas, algunas copiadas de las tuyas, pero otras inventadas por ellos, como ¿es pelirrojo? ¿está enfadado?

Este juego está muy bien pensado por varias razones, y una de ellas es que fuerza al niño a pensar él sólo (juega en tu contra), aunque se equivoque, y el premiar con un marcador pequeño cada triunfo es muy gratificante para ellos. Siempre me sorprende con qué cara de satisfacción les gusta poner juntas la tarjeta que yo tenía en la mano con la que él ha deducido.

Tan bueno es el juego que tiene su tensión, y ésta se debe al «cerebro pequeñín» que se esfuerza por superarse, y es que si al principio de cada partida el niño pregunta cosas que eliminan muchos personajes, a medida que quedan pocas caras en el tablero éstas se parecen más entre sí, claro. Él ha eliminado a todas las mujeres, los que llevan gorro, los que tienen pelo marrón, castaño, rubio y pelirrojo… y sólo quedan unos 4 en pié, todos con el pelo blanco, gafas… y es entonces cuando sus sesitos tienen que mirar esas caras, más allá de sus similitudes, evidentes, para ver lo que las distingue.

Por eso, como les cuesta tanto encontrar o verbalizar en forma de pregunta, el detalle que las distingue, la tensión del juego (y de sus sesitos) crece. De ahí que, cuando logran hacer la pregunta decisiva, saltan de alegría ante el propio triunfo.

Hay otros juegos, como los de buscar parejas, que son sencillos, pero que a medida que aumenta el número de parejas empieza a ser aburrido para los niños, que no saben cuáles han mirado ya y cuáles no, y miran mil veces la misma. Sin embargo, este sencillo y perfecto juego de mesa me parece ideal par desarrollar el pensamiento deductivo.

¡Qué maravilla es enseñar jugando!

¿Merece la pena comprar el quién es quién?

Este juego es una prueba más que evidente de que los niños no necesitan grandes sofisticaciones para jugar, que con las cosas más sencillas son capaces de hacer volar la imaginación y pasárselo pipa.

Probablemente no sea de todos los que han tenido mis hijos el preferido, pero si que os puedo asegurar que hemos pasado bastantes horas con él.

La mecánica del juego es de lo más simple, aunque os puedo asegurar que a los más pequeños se les pasan las horas volando mientras juegan con él.

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